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Del diablo y sus bemoles

Hacia el año 325 de la Era Común, el Emperador Constantino El Grande, primer emperador romano cristiano aunque solo fuera bautizado al morir, se dio cuenta de que la unidad del Imperio, disperso y caótico debido a los apetitos individuales y sectoriales y a su gran extensión, dependía de una férrea organización en torno a una Divinidad inasible e invisible y por lo tanto indiscutible. El Cristianismo primitivo la tenía pero cada facción la utilizaba a su manera y según sus intereses.  Ante semejante desmadre, Constantino organizó, presionando a los obispos cristianos de entonces, el Concilio de Nicea, del cual salió fortalecida la facción que consideró adecuada para culminar sus intentos unificadores, como cabeza del Gran Imperio Romano Germánico: La Iglesia Católica, vocablo procedente de la palabra griega Katholikos que significa Universal. Justo lo que necesitaba.  Constantino puede considerarse por ello el real e histórico Fundador de la Iglesia Católica. Aquello