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Mostrando entradas de mayo, 2020

CRÓNICAS NOSTÁLGICAS

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Añadir título La finca del Abuelo y las remotas selvas del Chocó En la parte delantera de la finca del abuelo, arrib a de la vereda El Tabor en la cordillera occidental colombiana y a tiro de piedra (3 días a pie por el ca ñón de Garrapatas) de las lluviosas selvas del Chocó Andino vallecaucano, florecían y fruteaban un níspero, un zapotero y un aguacate en el patio de tierra, surcaba recto un sendero empedrado, y agitaban el plumaje tras los granos de maíz diez o doce gallinas revoltosas y alharaquientas y un gallo cumplidor. En el primer piso de la casa de dos plantas, un par de salas grandes  a la izquierda y hasta el fondo, se llenaban de esterillas y colchones de paja para acomodar al primerío en vacaciones. El resto del tiempo, la última era improvisada bodega para los sacos de café seco listos para el mercado pueblerino, y la delantera lugar de conversa, en las noches antes del sueño, de abuelos, hijos y nietos grandes y, a menudo, algunos de los trabajadores de la finca encarga

CRÓNICAS DE PELÍCULA… 

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  De cuando fui “Totó”…  Un muy buen artículo de Mireia Mullor (https://www.fotogramas.es/noticias-cine/a22836309/cinema-paradiso-pelicula-toto/), reproducido en su Muro por Miguel Betancourt, no solo me enterneció de nuevo al recordar el filme sino que me retrajo hasta el recuerdo de la primera vez que vi la hermosa película de Giuseppe Tornatore, Cinema Paradiso. Que también, como a la autora del artículo y a casi todos quienes la han visto, me arrancó –no es difícil– algunas lágrimas. Que tienen razones mucho más viejas que este recuerdo… Tenía casi 7 años. Mi abuelo había vendido la finca de El Tabor, en las montañas occidentales de Trujillo, en el Valle del Cauca, adquirido una casa de dos plantas en el villorrio para la matriarca y las tres hijas mujeres, repartido la parca herencia entre los cuatro hijos varones –era la Ley–, y abandonamos el fundo de cafetales, potreros y un bosque medio alto que proveía de leña, árboles y aventuras sin cuento. Y de engendros, endria