El hombre de las medias nches

        Tenía facciones bruscas pero, se me antojaba, confiables. Quizás eran los años, los míos, que me engañaban. Tal vez. Pero los hechos que narro le dan razones de sobra a la intuición. 
        Se llamaba Samuel y a su apellido vasco lo desmentían la tez cetrina, la nariz un poco ancha, los dientes blanquísimos y parejos, las manos de palmas blancas como si las hubiera restregado con jabón de la tierra y ladrillo áspero. El caballo no le iba diferente: negro retinto, con las patas delanteras blancas desde abajo de la rodilla. Tenía una franja, blanca también, entre los ojos. Como el tajo de un cuchillo. 
         Solía caer por casa de vez en cuando: tres o cuatro veces al año. Siempre a la media noche. Mi madre le tenía un afecto especial, pero nunca lo esperaba. Sin embargo, era la única en oír el silbido que rasgaba el silencio y la tiniebla. "Llegó Samuel", decía incorporándose en la cama que acababa de ocupar después de una jornada que sólo terminaba cuando se dormía la abuela, al filo de la medianoche. Entonces se acostaba, rezaba un par de oraciones, compartía el último cigarrillo del día con mi padre y apagaba la vela.         Pero algunas veces al año, ella escuchaba el silbido. Yo no, aunque mi cuarto estaba al lado de la ventana que daba a la calle –mi madre prefería uno interior, cerca de los abuelos: "por si acaso me necesiten", decía–; ni mi padre, a pesar de que tenía el oído agudo de los arrieros. Pero ella sí. Y entonces se levantaba despacio, entraba a mi cuarto, me sacudía levemente y, cuando abría los ojos, me ordenaba con dulzura inusitada: "Abra el portón: es el tío Samuel". Luego iba a despertar a los abuelos, aunque mi abuela no lo quería –es negro, refunfuñaba. Pero el abuelo lo miraba con curiosidad y, me parecía, con gratitud.
        Poco sabíamos de él. Pocos meses antes –lo narró el abuelo una noche en que se tomó más de tres aguardientes–, y antes de que empezara a frecuentar la casa a pedido suyo, se lo había encontrado camino a la finca –como en dos o tres ocasiones anteriores en las que solo cruzaron un toque del sombrero a manera de saludo–, pero, esa vez, en un recodo amplio atravesado por un riachuelo. Venía en sentido contrario, al trote largo del retinto. Pero aquella ocasión le pidió candela para un cigarro. Le preguntó cómo se llamaba y para dónde iba. 

        Antonio de Jesús García Cano –contestó el abuelo– y voy para la finca, ¿y usted?, mientras encendía el yesquero. Samuel Echeverri –dijo– y vengo de tierra fría. Y le aventó más conversa. "¿La finca es suya? ¿De dónde viene? ¿Cómo estuvo la cogienda de la semana? ¿Por qué viene solo?". Y cosas así. El abuelo respondía más divertido que curioso ante el interrogatorio del cuasi desconocido. Pero tenía que despedirse. Lo esperaban su mujer, los hijos, los nietos, el encierro de la tarde, el ordeño en la mañana, la cogienda de café. En fin, “tareas de la finca, usted sabe".

        "Vaya con cuidado", le dijo el hombre, y se quedó en el camino mirándolo atravesar el riachuelo, espolear el caballo, remontar una corta pendiente, tomar la curva y desaparecer oculto por la brusca barranca. Entonces, hizo girar la montura y se fue detrás. Despacio para que no lo sintiera el abuelo.                 Poco después, cosa de media legua más adelante, tres jinetes salieron al paso del abuelo, lo cercaron por el frente y los costados y le dijeron algo. El abuelo echó el poncho sobre el hombro derecho y mostró en su costado izquierdo el machete tres canales de veintiún pulgadas: Collins. Los tres jinetes hicieron lo mismo. Pero uno tenía revólver.
        Fue cuando observaron al jinete que llegaba, lento y tranquilo. Se miraron entre ellos, y se hicieron a un lado para que pasara. Pero él se detuvo en medio del camino y saludó al abuelo. – Hola don Antonio, ¿Por qué tan tarde por aquí? Es peligroso…. Y lo invitó a seguir adelante.
        Cabalgaron juntos un par de cuadras, hasta perder de vista a los tres jinetes detrás de la curva. Entonces le dijo al abuelo: "Hágame un favor: siga adelante que ya lo alcanzo. Uno de esos es conocido mío. Me debe algo. Ya regreso". Y se devolvió. Quince minutos más tarde apareció de nuevo, al galope del retinto. Parecía tranquilo. Pero trataba de disimular una mancha obscura en el poncho. "Vaya no más –le dijo al abuelo– todo está bien”. Y regresó a la ruta que traía poco antes.
        El abuelo no contó el incidente ni comentó nada hasta cuando, una semana después, el Inspector de Policía del pueblo vecino llegó a la finca preguntando si alguien había visto a tres jinetes con mala pinta, unos ocho días atrás.
        – Me los encontré viniendo del pueblo la semana pasada–, dijo mi abuelo. –¿Por qué?
        – Eran asaltantes forasteros y los encontraron muertos hace unos días; tenían una puñalada cada uno, justo en el corazón. Estaban en una quebrada. Habían estado en el pueblo también, hace ocho días, cuando usted fue a llevar el café. Pensaba que hubieran intentado asaltarlo–, dijo el Inspector.
        –No, dijo el abuelo. –Tal vez a otro vecino, pero no he sabido nada. Y, sonrojándose levemente, calló lo de Samuel. –Parece que les fue mal–, murmuró.
        –Muy mal–, dijo el Inspector con indiferencia. Y se marchó.
        La abuela, acodada en la baranda de roble con chambranas de chonta y adornada con maceteros cundidos de flores multicolores, respondió con un gesto de la mano la despedida del Inspector, mientras miraba con intuitiva curiosidad al abuelo que subía los escalones del corredor. Cincuenta años de convivencia y dieciséis hijos le permitían saber que había algo más detrás del sonrojo intempestivo.
        Mi madre, desde el patio, lo observó entrar en la casa y, tomándome de la mano, lo siguió hasta el fondo, le sirvió un café caliente y le hizo un inusual amago de caricia que pasó inadvertido.
        – También hay gente buena –dijo en voz baja el abuelo, mirándome y saboreando el café.

Comentarios

Entradas populares de este blog

CRÓNICAS NOSTÁLGICAS… Conversando con artistas y poetas

¿NO SOMOS NADA EN EL UNIVERSO? ¿EN SERIO?

FONDOS DE INVERSIÓN. EXPLICACIÓN SIMPLE