Mi primer amor doloroso Por C. F. Ospina

Aclaración del Editor:

Es el recuerdo de una niña de 7 años, escrito por ella misma 30 años más tarde. Soy moreno para no alto. No llego a 1,70… Pero ella me veía así desde su inocencia.

Mi primer amor doloroso 
Por C. F. Ospina 
        Era alto y moreno, con un aire intelectual y seriedad de persona adulta. Le veía y siempre estaba ensimismado, con la cabeza en un libro, con una revista o un periódico en la mano. Olía a nuevo con colonia. Los recuerdos son muy vagos porque sucedió hace mucho tiempo, hace más de una vida, cuando yo veía las cosas todavía de color rosa, cuando la tragedia y el dolor aun no habían llegado a mi vida y cuando creía que él y yo nos íbamos a amar para siempre, cuando yo creía que crecería cogida de su mano y nos haríamos viejos, él siempre más que yo. 
        Casi no recuerdo sus ojos, pues casi nunca me miraba, o por lo menos no recuerdo que lo hiciera; recuerdo una caricia, solo una, ¿o es que la memoria me engaña? ¿O es que después de la separación y cuando llega el desengaño de una verdad dolorosa las caricias se olvidan? 
        El recuerdo del abandono lo tengo más grabado en la memoria, como si fuera ayer, como si fuera una película que rueda constantemente en mi cabeza. ¿Qué pasó? ¿Qué hice? ¿Él quizás pensó que yo no lo quería querer? Pero si él lo era todo en mi vida, mi primer amor, el que nunca se olvida, aquel amor que se está destinado a querer y no olvidar por más que te haga daño. 
        Recuerdo su espalda cuando se marchó: un taxi negro y el llanto de un niño, y más llanto. 
        Mi corazón sabía con seguridad que él volvería, pues estaba dejando demasiado atrás, un ser humano no puede abandonarlo todo, dejar todo por lo que un día luchó y marcharse sin pensar en regresar. Así que le di rienda suelta a mi dolor y ahogué mis lágrimas contra la almohada para que nadie se diera cuenta, porque no quería compartir mi pena con nadie. 
        Pero luego pasaron los meses, los años y no volví a oir nada de él. A veces por casualidad tenía noticias de él y aunque pretendía que no me importaba las recibía con felicidad. Pero me volvió a romper el corazón cuando me enteré de que era a otra a la que quería.
        Después de unos años le vi, hablé con él, él se mostraba feliz de verme, pero mi orgullo y el dolor de años y el enojo del abandono no me permitieron decirle lo que quería decirle; que le perdonaba, que aún lo quería, que volviera conmigo. En vez de eso me convertí en su peor critica, casi en su peor enemiga. 
        Traté de continuar con mi vida, pero siempre sentí ese vacío, como de que algo me faltaba. 
        Conocí a otros hombres, traté de tener otras relaciones, intentando no comparar, hombres que no se parecieran a él, ni en lo físico ni en nada, pero las huellas de aquel primer desengaño estaban demasiado arraigadas en mi alma y me llevaron a un fracaso en cada intento. 
        Pero me casé, me casé con un dulce desconocido que me trajo a tierras más desconocidas y frías, tuve dos hijos y después de un horrible divorcio me resigné a quedarme sola, sola con el recuerdo de todos esos amores que no fueron y del primero que no quizo ser. 

        La semana pasada recibí un mensaje electrónico de él, lo quize leer con avidez esperanzada y de lo único que me acuerdo es de la última frase: “la quiero mucho”. He esperado mucho para oir, leer o sentir esas tres palabras. La esperanza de al fin poder reconciliarme con mi pasado estaba en esa frase, porque toda niña tiene un primer amor, para algunas es doloroso, para otras siempre está presente, pero para todas es eterno. 
         Papá: yo también lo quiero mucho.

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