San Antonio de Pichincha: De un ayer polvoriento a un mañana incierto




 Conocí San Antonio de Pichincha a poco de llegar a Quito, cuando trashumaba por los caminos de Pichincha para familiarizarme con los nuevos rumbos que me había señalado la vida, y elegir páramos y montañas por los cuales caminar y trepar mis 35 años, mochila al hombro.

San Antonio era un pueblo pequeño y caluroso que, a pesar de hallarse en plena Sierra y a más de 2.500 metros de altura sobre el nivel del mar, disfrutaba de una cálida condición climática que le aumentaba sin reservas algunos grados centígrados a la temperatura ambiente: aquí el sol cae a plomo sobre la humanidad de residentes y visitantes, y al mediodía como plomo fundido: estamos en la línea ecuatorial y el sol es tan vertical que en dos fechas del año, 21 de marzo y 21 de septiembre, los Equinoccios, la sombra desaparece bajo los pies.
El tamaño del pueblo a duras penas se extendía de sur a norte desde la quebrada que orillaba el cementerio, y la polvorienta hondonada que marcaba la salida hacia las ruinas de Rumicucho que, en ese tiempo, eran todo un ”paseo” con cucayo. De occidente a oriente, descendía desde el viejo monumento a la Mitad del Mundo y los bustos de la misión geodésica franco hispana, hasta unas dos o tres manzanas abajo de la hoy llamada Trece de Julio, la calle comercial del poblado. Si mal no recuerdo, los barrios residenciales de hoy, cercanos a la Iglesia Mayor y al Cementerio, aún no se asomaban a las laderas verticales del Cañón del Monjas. Si acaso, se acercaban a las viejas piscinas…
La Parroquia, que no pasaba de veinte mil habitantes mal contados por el censo de 2001, esperaba el del año 2010 para volverse a numerar… Nunca nadie imaginó que para entonces, en solo una década, la Parroquia bordearía los 70 mil vecinos.
Lo que en aquellos años más llamaba la atención las varias veces que visité la parroquia norteña en busca de la historia, eran las laderas estériles despobladas de vegetación, tal como hoy, y, obviamente, la línea ecuatorial que entonces aún no se ubicaba donde es, en la cumbre del Catequilla, pero que a pesar del desubique de 250 metros al sur, ya atraía a turistas extranjeros, sobre todo en julio y agosto, verano del hemisferio norte, y a unos cuantos nacionales que, patiabiertos, se tomaban la foto con un pie en el sur y otro en el norte. Disque.
Recurrente, la polvareda permanente y continua se acrecentada con los vientos de agosto, que empezaban en julio y mal terminaban en septiembre. Esparcida por las volquetas que, procedentes de las canteras de los lados de Tanlahua y en manos empresariales de los transportistas de la Capital, regaban polvo, tierra y piedras por las calles por donde se dirigían a Quito con su carga de “materiales” de construcción para la ya pujante actividad urbanística de la Capital. La minería de pétreos no solo alimentaba la economía parroquial sino que deterioraba el medio ambiente y afectaba la tranquilidad y la salud de los moradores con su vendaval de polvo y los malos olores de la combustión automotriz.
Y así, creciendo desaforada y desorganizadamente en medio de la desidia de autoridades locales y centrales, la comunidad de San Antonio parecía aletargada en un sueño denso que era pesadilla de crecimiento incontrolado, sin pausas para meditar en el futuro. Hasta cuando en Ecuador se inauguró por fin en 2008 un gobierno que empezó a comandar la administración pública de manera inédita en los anales históricos del país: la Revolución Ciudadana, a caballo de la Constitución de Montecristi que, tomando en cuenta los mitos religiosos nuevos y europeizantes sin olvido de los ancestrales andinos, decidió por voluntad de su pueblo construir, cito del Preámbulo:

Una nueva forma de convivencia ciudadana, en diversidad y armonía con la naturaleza, para alcanzar el buen vivir, el sumak kawsay; Una sociedad que respeta, en todas sus dimensiones, la dignidad de las personas y las colectividades; Un país democrático, comprometido con la integración latinoamericana –sueño de Bolívar y Alfaro-, la paz y la solidaridad con todos los pueblos de la tierra”.

El nuevo gobierno, ocupado en discernir por donde empezaba a reorganizar la vida nacional con las clases marginadas al frente de sus preocupaciones y acciones por primera vez en el devenir nacional, no pudo mirar en principio hacia San Antonio. Otras urgencias nacionales y de política exterior, requerían y tuvieron su atención. Y, por lo demás, las autoridades parroquiales mantuvieron la misma inercia de años anteriores, cómodamente acoderadas por las consabidas y eternas limitaciones de presupuesto y competencias. Razón por la cual la vida comunitaria continuó en medio del desorden urbano, la polvareda y el caos ocasionado por los transportistas de pétreos, la proliferación de vendedores ambulantes, los perros callejeros que parecían haber encontrado en las calles del pueblo el hábitat que les negaban la capital y las poblaciones vecinas, y, paradójicamente, a espaldas del desarrollo y el éxito de la Ciudad Mitad del Mundo, entidad que, a pesar de ser propiedad del Consejo Provincial y haber sido construida en terrenos que corresponden a la población, se manejaba –se maneja– como una empresa comercial privada que ni siquiera rinde tributos fiscales a la Parroquia, mucho menos comparte con ella su alta rentabilidad. Es un entorno ajeno y advenedizo a la Parroquia donde se asienta, a tal punto que a sus arquitectónicamente modernas instalaciones, hasta los propios moradores de la parroquia tienen que pagar su entrada como cualquier turista escandinavo, japonés o gringo.

Y empieza a construirse el futuro
Pero hubo una fecha que fue parteaguas en la historia de San Antonio de Pichincha: la inauguración de la Sede de la UNASUR, el único Ente Supranacional que las naciones suramericanas, la mayoría involucradas en el mismo proceso de cambio político que se había inaugurado con el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela en 1999, han podido conformar en 200 años de independencia, para debatir entre ellas sus propios problemas, sueños y esperanzas de futuro, con prescindencia de la Potencia norteña, los EE UU de Norte América, que, a lomos de un anti histórico Destino Manifiesto, pretende que los países al sur del Río Bravo se conformen con ser su “Patio Trasero”. El surtidor de los recursos naturales y energéticos que con voracidad no solo utilizan sino que depredan y despilfarran, y la cloaca de sus desperdicios. Y no es metáfora. La nación haitiana, por ejemplo, sus campos y su mar adyacente, son la alcantarilla donde las grandes fábricas del Imperio arrojan las toneladas de basura que excreta su consumismo desaforado.
Pero volvamos a San Antonio de Pichincha. La inauguración del edificio de UNASUR en octubre de 2014, coincidió positivamente con la llegada de nuevas autoridades a la administración de la Parroquia, ya organizada bajo una nueva modalidad política instaurada por la Revolución Ciudadana y la Constitución de Montecristi: los GADs, Gobiernos Autónomos Descentralizados, que dotaron a Provincias, Cantones y Parroquias de una visión distinta de la administración pública, y que si bien no alcanzan aún la total autonomía prevista, al menos disponen de una mayor capacidad de Gestión. Que fue justamente lo que las nuevas autoridades parroquiales posesionadas en mayo de 2014, empezaron a utilizar para presionar a las autoridades del Distrito Metropolitano de Quito, de la Provincia de Pichincha y del Estado Central, en busca de recursos financieros y competencias administrativas para subsanar las necesidades poblacionales y emprender algunas obras olvidadas o preteridas pero de imprescindible urgencia para el Buen Vivir ciudadano de las parroquias.
Por fortuna, como lo reconocen los miembros de la Junta Parroquial posesionada en 2014 y su Presidente Alex Troya, el Presidente Rafael Correa, consciente de que la población sede de UNASUR no podía ni debía seguir abandonada a su polvorienta suerte, apoyó con entusiasmo los proyectos de mejoramiento que la comunidad reclamaba, y autorizó e impulsó un monto de inversiones que fue inédito en la historia de las parroquias rurales del Ecuador: 250 millones de dólares fueron invertidos en obras de mejoramiento que no solo se reflejaron en la moderna y bella edificación de UNASUR, sino en la construcción de la Avenida Equinoccial entre la Ciudad Mitad del Mundo y la calle 13 de Julio, emporio comercial de la parroquia; en la dotación de servicios de energía eléctrica, acueducto, alcantarillado a los ya numerosos barrios de la población; en el adoquinado y asfaltado de calles; en la construcción del Parque UNASUR y el Parque de la Integración; en el moderno Hospital y Centro de Salud; en la prolongación de la autopista Simón Bolívar entre Carapungo y el sector de la ensambladora MARESA, en fin, en el inicio de la Unidad Educativa del milenio, postergada por el actual gobierno central que quizá prefiera una escuelita unidocente en una población de casi 80 mil habitantes. Todas han sido obras que la parroquia esperaba y que tuvieron inicio y culminación en el gobierno de la Revolución Ciudadana, gracias a la incansable gestión de sus autoridades seccionales.
A lo anterior se agrega la atención a personas en condición de vida precaria y a los adultos mayores y a la niñez, el establecimiento del peaje en la vía que sirve de transporte al material pétreo de las canteras del norte, cuyos propietarios y transportistas en algo deben redituar a la parroquia por el uso de sus calles avenidas. 

Y, ahora, ¿avanzar hacia el pasado?
No todo lo que la parroquia de San Antonio requería para su desarrollo armónico, se ha logrado aún. Quedan obras por ejecutar, planes por desarrollar, necesidades por cubrir. Y grandes proyectos que la actual Junta, de la que en las elecciones pasadas apenas lograron subsistir 2 de los 5 miembros elegidos, tenía en mente para el futuro inmediato, pero que corren serio peligro de estancarse, detenerse y posiblemente olvidarse. Son otras las prioridades de las nuevas autoridades administrativas. Y como según las Leyes de Murphy toda situación riesgosa es susceptible de empeorar, no se posesionan aún los recién elegidos nuevos funcionarios y su flamante Presidencia, y ya se ha suspendido el Peaje a los transportistas de pétreos, ya calculan a buen seguro la reapertura de las degradantes y contaminantes canteras ilegales suspendidas en buena y pasada hora, ya la Unidad Educativa sufre el retraso que a las obras de la Revolución Ciudadana les ha impuesto el gobierno actual, ya está en veremos la segunda prolongación de la autopista Simón Bolívar hasta el pie de los cerros de La Marca y su empate con la vía a Los Bancos, ya se cierne sobre la Parroquia de San Antonio el fantasma contaminante de la hoy superada nube de polvo y partículas insalubres. Sin duda, hay que pagar los recientes favores electorales y recuperar la inversión en la campaña.
¿Y ahura Laura? ¿Qué hacimos? 
Los pueblos suelen ser ingratos y olvidan pronto lo que reciben del trabajo honesto y dedicado de sus mejores funcionarios. La propaganda sucia que sobre los buenos gobiernos desatan como torrencial nefasto los enemigos de la Continuidad del Buen Vivir que prefieren el Continuismo del Aprovechamiento Personal del Poder, inunda mentes y recuerdos y los impregna de las ya superadas pero siempre vivísimas ambiciones de los que por siglos han usufructuado los Recursos Naturales y humanos del País, sin que se les ocurra devolverle a la Comunidad algo de lo que aprovechan.
¿Están Ecuador, sus Provincias, Cantones y Parroquias, y en este caso especial San Antonio de Pichincha, ad portas del regreso al polvoriento, sumiso, oprobioso y “rentable” pasado?
Amanecerá y veremos, dijo el ciego…

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